Todo lo que hay

Un martes cualquiera en el barrio de Once. Me vi, como quien quiere y no quiere –al mismo tiempo– la cosa, dada a la tarea de coordinar junto a mi compañera Romi un taller de ESI para un grupo de pibes de Escuela Media Técnica. Entré exultante y salí rota. El cuerpo afectado, la voz adormecida. Tomada por una sensación como de haber nadado un rato largo, o tal vez haber tomado una clase de spinning por primera vez (¿saben de lo que hablo? Te bajás de esa bicicleta del mal y las piernas se mueven solas, durante cuadras. Es como flotar, aunque con seguridad más doloroso y deprimente).

En el medio pasó de todo, pero nada de otro mundo. Que callensé, que bajate de la silla, que no te golpees la cabeza contra el mueble, que guardá la tablet, que si le volvés a pegar a tu compañero llamo al preceptor. Y entre todo eso, una clase pudo llevarse a cabo de principio a fin. Y como si fuera poco, respetando una planificación.

No sé cuáles eran mis expectativas, no tuve tiempo de preguntármelas, pero la sensación que me atravesaba era ambigua. Por ser la primera vez, no estuvo mal. Aunque podría haber salido mejor, me repetía, en mi clásico afán de sobreexigencia al cuete. “Estuvo bien, no esperen algo muy distinto, es esto” nos dijo Majo. Y así es como una oración de pocas palabras te devuelve el alma al cuerpo. Gracias, gracias por decirme cómo es, porque no tengo la menor idea. Porque los libros, los autores de nombres complicados o graciosos (¿Díaz Barriga?, ¿es en serio?), las jornadas, y todo lo demás son valiosísimos y necesarios, pero no alcanzan. Tampoco alcanza mi propia experiencia, ni siquiera la suma de todas ellas, aunque en lo que respecta a una práctica tengan un lugar privilegiado. La palabra de los tutores experimentados, la socialización de las vivencias por parte de los compañeros, con sus recorridos particulares, eso es lo que enriquece y da sentido a este camino. Por eso no puedo dejar de insistir en que si los docentes son artesanos, como sugiere Alliaud, entonces hay que desarrollar el oficio al modo de las cooperativas. Nunca más en esa soledad que, sabemos, debilita.

El segundo taller fue otra historia. Me presenté ante al grupo, pero sobre todo ante mi misma, más libre de prejuicios y presiones. Implementé algunos consejos “técnicos” de nuestra profesora y sobre todo repetí su frase como un mantra (o al menos la frase de la que me apropié y que por eso mismo es mucho más mía que suya, algo así como: “déjate de joder, que esto es lo que hay”). Spoiler alert: la clase resultó abismalmente mejor que la anterior. Y lo sé, porque hasta a mí me gustó.

En definitiva, lo que quiero decir, es que hay que decir. Sí, ya sé que vengo insistiendo casi desde la primer entrada con el temita de la intransmisibilidad. Pero igual hagámoslo. A pesar de la intransmisibilidad y por eso mismo. Contemos lo mal o lo bien o lo “ni” que nos sentimos esas primeras veces y las siguientes. Compartamos ideas, estrategias, “tips”, lecturas, información. Alojemos a los otros en su queja, su hastío o su esperanza. Tal vez ese simple acto logra conmover algo estanco de esa posición. Y movilizar algo en nosotros que ni siquiera conocíamos. Desromanticemos, como está de moda decir ahora.
¿Por qué fue tranquilizador el efecto de esa frase que puede sonar cruda? Porque contrariamente a obturar los sentidos, los creó. Es que admitiendo: “esto es lo que hay”, tal vez nos animemos a tender un puente más honesto hacia ese otro al que miramos por primera vez. Ahora no desde el filtro del preconcepto dictado por el ideal, sino en su materialidad.

Somos estos, acá estamos, es lo que tenemos. ¿Qué hacemos con eso?

Comentarios

  1. Leer esto me movilizó en direcciones, comencé pensando una cosa y luego otra y otra. Me hiciste ramificarme en pensamiento y sensaciones. Me encanta como escribís, es cálido, acertado, poético, literario, sincero. Creo que pude sentir lo que sentiste sin confundirlo con lo que yo sentí, no me vi identificada, no porque no me pasara algo parecido cuando di los talleres, sino que pude empatizar con vos. La forma en que escribir me permitió conectar con tu experiencia en cierta forma. Es un don que valoro mucho y más cuando elegimos una profesión donde conectar con nosotres mismos y poder transmitirlo de alguna manera enriquece a muchos. Yo no creo que tenga ese don desarrollado pero lo intento. Gracias por compartir!

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  2. Wow Dani! Una excelente reflexión sobre la práctica en este segundo cuatrimestre. Me gustó que hayas usado la frase de Majo como andamiaje y no como desmotivación. Es muy inteligente tomar aquello que nos sirve para ser mejores docentes, aunque no tenga que ver con la disciplina o un texto de didáctica. Quizás fue un comentario más de la devolución pero vos lo usaste como mantra y te ha resultado ¡Te felicito!

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  3. "Entré exultante y salí rota" creo que no pudiste haber definido mejor cómo fue ese primer taller, cómo sentíamos en el cuerpo el cansancio y cómo, también, nos quedamos un poco raras, con sensaciones encontradas sobre ese primer encuentro. Esa frase que nos dijo Majo nos alivió y nos hizo pararnos desde otro lugar, hubo un cambio y creo que todos lo sentimos. Un gusto haber compartido este año con vos EPP!

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