El antibalance

Dicen que los años tienen doce meses, que los meses tienen 30 o 31 días (-30 días tiene noviembre con abril junio y septiembre 28 solo hay uno y los demás de 31- ¿ustedes también cantan para saber cuántos días tiene un mes? ¿O hacen el truquito de los nudillos?) y que los días tienen 24 horas. Al menos según la concepción astronómica del paso del tiempo y lo que establece el calendario gregoriano, por el que se rige la mayoría de las culturas del mundo. Pero sabemos muy bien que no es así, que hay años que se nos escapan volando de las manos como pichones asustados y ansiosos. Otros, al contrario, pasan tan lento que por momentos pareciera que decidieron quedarse a vivir entre nosotros para siempre. 

Este año, sobre todo el año académico, se me figura como un signo infinito, como una inacabable paradoja de Zenón (el griego, no el aborrecible abuelito de la granja, si se me permite el guiño mommy friendly). Pero más allá de las percepciones personales, de que la realidad es subjetiva y qué se yo qué más, estamos en la recta final de la Práctica anual y del Profesorado. Es un hecho. 

No soy ni seré la chica de los balances, pero los finales tienen ese no sé qué que te invita a mirar hacia atrás, "tan atrás que adelante y atrás se junten", como dice Juarroz. Y este año, que ya sabemos fue de los largos, también fue de los que nos brindan mucho para observar, revisar, apropiarnos, transmutar, integrar, devolver. 

Entre todo lo vivido recorto tres sucesos que, cada uno por un motivo distinto, elijo contar. Son: las prácticas en Media y Superior junto a mi querida Eterna Pareja Pedagógica, la construcción de este blogfolio y el fenómeno grupal denominado “les chinwenwenchas”. Acompáñenme en las siguientes entradas y vívanlos conmigo.